miércoles, 9 de mayo de 2012
Humedad recalcitrante
Siempre dormía con la persiana levantada,
costumbres adquiridas en tiempos que recordaba con desagradable nitidez. La
rutina del momento eran galletas integrales y café con sacarina. Me comería un donut. Maquillaje y
eye-liner completaron los actos autómatas mientras la rubia del telediario
decía que la lluvia primaveral era normal. A
esta jodida hija de puta le daba yo galletas integrales normales para
desayunar. Bajó las escaleras mientras pulsaba el botón que sacaba la llave
del coche y la volvía a meter. Tengo que
echar gasolina. La humedad se estampó en su cara cuando abrió la puerta de
la calle, hacía cuatro días que la ligera llovizna no cesaba. Ese tiempo
nublaba el horizonte cual niebla londinense. Como siga lloviendo cualquier día no salgo del trabajo, y no tengo
bragas de repuesto, tenía que haber cogido unas. La caseta de madera que recubría los
contenedores de basura estaba llena de gatos callejeros comiendo peladuras de
naranja. Todos se alejaron según se acercaba. Entonces lo vio. Bueno, lo que me faltaba, otra vez. Esa
maraña de pelos engarzados en un colgante en el lecho del arroyo le resultaba
familiar. El brazo, inconfundiblemente tatuado y separado brutalmente del resto
del cuerpo, estaba un poco más lejos de la carretera, casi cubierto de hierba y
agua. La lluvia hacía que la sangre fuera más acuosa e incluso no pareciese
macabra. Había un trozo de madera, protegido de la lluvia por el techo, que
tenía salpicaduras carmesí. Era incluso fresca. Si no fuera miércoles diría que todavía tengo resaca. El pantalón,
siempre ajustado, volaba en jirones arañado por un zarzal enorme. Si llamo ahora al SEPRONA menudo follón, que
lo redescubra el cartero. Resultaba evidente que había muerto desangrado
entre espasmos. Aceleró el paso sonriendo y abrió el coche, lleno de polen, en
la distancia. No sé quién ha sido, pero
me hubiera encantado hacerlo a mi.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario