viernes, 20 de enero de 2012

A Snowflake

A Snowflake by Peter Broderick on Grooveshark

(pulsar play y leer. con un poco de suerte puedes terminar a la vez que el piano)

Creo que *A Snowflake* de Peter Broderick cuenta una historia.
Una historia que describe una avenida repleta de semáforos en verde; con un asfalto fértil, donde yacerían incrustadas piedras preciosas escondiéndose de los buscadores de tesoros más intrépidos e insaciables, donde podrían enraizarse las flores más frágiles, débiles y caprichosas.
Una avenida sobre la que volarían, describiendo trayectorias similares a la caligrafía de un niño, golondrinas vestidas de domingo.
Una avenida cuyo final sería un bosque completamente nevado; donde el mínimo suspiro haría temblar las ramas de pino y así, hacer caer, imitando a una hoja crujiente en otoño, caprichosos copos de nieve que desearían posarse sobre la punta de tu nariz; donde, siguiendo las coordenadas áureas, podrías llegar a una casa de madera con una chimenea eternamente incandescente y una fiesta de disfraces ininterrumpida. A escasos metros de la casa de madera, se hallaría un lago congelado desde donde se podría ver un atisbo de primavera que haría deslizar la nieve derretida desde la cima, tornando azules las montañas.
A las espaldas de estas montañas, se descubriría un inmenso campo de trigo que definiría el horizonte. Las espigas bailarían paralelamente, siempre sin tocarse, al unísono, respetuosas, como si fuese el baile de graduación.
Un caballo de larga melena galoparía con fervor y entusiasmo, en busca de la ansiada libertad que encontraría, y encontró (porque yo quiero), desvirtuando aquel horizonte que quedó definido por el inmenso campo de trigo y la ayuda inestimable de un cielo color marfil que surgió del ombligo de la primavera azul, responsable de que olvide la nieve deslizándose y que, a su vez, imposibilita la nutrición de aquel lago congelado que se hallaba próximo a la casa de madera, donde dormimos juntos por primera vez, después de que un copo de nieve se posase sobre la punta de tu nariz que brillaba en matices rosados porque habíamos llegado al bosque nevado después de un largo viaje, acompañados de golondrinas vestidas de domingo, por una avenida repleta de semáforos en verde donde, si quisiesen, podrían haber nacido flores con pétalos repletos de piedras preciosas.

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