Durante el tiempo que pasé en Camerún conocí a muchos especialistas de este tipo, algunos de los cuales me acusaron amargamente de ser un ¨parásito de la cultura africana¨. Ellos estaban allí para compartir conocimientos, para cambiar la vida de la gente. Yo lo único que pretendía era observar, y con mi interés podía alentar las supersticiones paganas y el atraso. A veces, durante las silenciosas vigilias nocturnas, yo también pensaba en ello, lo mismo que en Inglaterra había dudado del sentido de la vida académica. No obstante, en la práctica parecía que los resultados que obtenían eran mínimos. Por cada problema que resolvían, creaban otros dos. Tenía la impresión de que los que afirmaban ser los únicos poseedores de la verdad eran los que más debían inquietarse por el trastorno que causaban en la vida de los demás. Aunque sólo sea por eso, del antropólogo se puede decir que es un trabajador inocuo, pues el oficio tiene como uno de sus principios éticos interferir lo menos posible en lo que uno observa.
Tales pensamientos acometen al investigador de campo mientras consume interminables plátanos en un tren."
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