sábado, 30 de agosto de 2008

El ángel Simón.


Ángela se quejaba porque se estaba descomponiendo, no le hubiera gustado verse en ese estado, créanme.
Cuando ya pasó una semana de nuestra desaparición, comencé a sentirme cómo si los gusanos que se comían a Ángela me comieran a mí también, pero no podía hacer nada para remediarlo, tenía los miembros entumecidos de permanecer tantos días sin moverme del frío suelo de mármol. Poco a poco mi piel se comenzaba a agujerear dejando al aire mis más íntimos rincones.
Y no es que yo sea muy escrupuloso, pero ya saben, uno siempre tiene sus miedos y recelos.
Al final, los temidos gusanos malolientes terminaron por comerse mi cerebro, se comieron cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis recuerdos.
Resulta absurdo el afán de sabiduría que le da a uno en vida ¿No creen? Tanto querer aprender cosas, tanto subir a la cúspide de la cultura, tener un alto conocimiento sobre arte, música, cine… ¿Y todo para qué? Para que unos asquerosos gusanos devoren hasta el más preciado cuadro de Bacon, el más precioso poema de Baudelaire, o la más espectacular escena de Passolini.
A mí siempre me hubiera gustado morir incinerado, pero las trivialidades de la vida me hicieron que muera el día siete de noviembre del año 1995, y para colmo, devorado por unos amiguillos la mar de entrañables.
Al mismo tiempo que veía a mis nuevos amigos ponerse las botas, Ángela se levantó. Estaba perfecta, no tenía ningún agujero, ningún rasguño, ningún moratón de la paliza que le propiné días atrás. Estaba desnuda, me miraba fijamente, esperando que me pusiera en pie, y no se de dónde carajo saqué las fuerzas, pero me puse en pie y entré en su habitación y le di uno de esos vestidos tan coloridos que se había comprado en un mercadillo de la Toscana italiana. Yo cogí una camisa de su marido y unos tejanos limpios (mi ropa apestaba) y nos fuimos a respirar aire fresco y puro. Bueno, eso de puro lo discutiríamos por el camino porque necesitaba a gritos un cigarrillo, y Ángela me confesó que también.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que boniiiiiiiito. Que boniiiito. Que boniiiito.

: )

Espera, lo volveré a leer, ahora vuelvo...

Anónimo dijo...

"[...]Resulta absurdo el afán de sabiduría que le da a uno en vida ¿No creen? Tanto querer aprender cosas, tanto subir a la cúspide de la cultura, tener un alto conocimiento sobre arte, música, cine… ¿Y todo para qué? Para que unos asquerosos gusanos devoren hasta el más preciado cuadro de Bacon, el más precioso poema de Baudelaire, o la más espectacular escena de Passolini."


Por las nubes del cielo, ¡cuánta razón!

Me encanta, me encanta leerlo.

Anónimo dijo...

alguien me tiene que explicar cómo introducirme hasta los huesos en este maravilloso espacio.