
Se llamaba Paqui. Estaba separada y tenía nariz de gancho. Su ex-marido era barrigudo y su hijo, un niño mariquitiqui. Su hija, por el contrario, una adolescente humilde con novios y coches, tenía el pelo largo.
Me gustaba su imaginación. Entretenía a mi hermana, de 5 años más o menos; distraía su atención con las revistas de publicidad de supermercados y la hacía reir.
Una noche era carnaval, su hijo iba disfrazado de spiderman, su hija iba al baile del "salón los delfines" y nos hacía tortilla para cenar.
Jugabamos a "te llamas lo que comes". Como a mi me gustaba mucho el arroz, era arrocera, como a ella le gustaba la carne, era carnicera. Entonces parí una brillante idea y dije: como a mi hermana le encanta la tortilla, es tortillera.
A Paqui se le estiró la nariz. Y sin más dilación me explicó que ese ejemplo no servía. Controlé mis impulsos e intenté razonar, yo no sabía que a las tortilleras no tenía porqué gustarle las tortillas y que evidentemente lo que les gustaba era otra variante de la alimentación.
Paqui a la cual recuerdo con especial cariño, fue una de nuestras niñeras.
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